JFTorres
JF Torres nació en Antequera (Málaga). Escribir siempre ha sido su manera de entender la vida y, desde muy pequeño, su forma de expresarse. Ya en el instituto empezó a hacerlo más detalladamente y fue tomando vuelo cuando le hicieron sentir que lo hacía especialmente bien. Desde ese momento decidió apostar lo que hiciera falta para poder dedicarse a la escritura, por muy imposible que pudiese parecer. En 2013 creo su fanpage en Facebook, y poco a poco empezó a ganar seguidores. En 2016, y entusiasmado por la cantidad de mensajes que a través de las redes lo animaban a sacar un libro, autopublicó La chica desastre tras meses trabajando en ello día a día sin saber nada del mundo editorial. Hoy por hoy ese libro ha vendido más de 8000 ejemplares, todos autoeditados, siendo el hermoso principio de su profesión a la que dedica todo su tiempo. En noviembre de 2019 autoeditó Mi guerra, mi guerrera, el cuál en dos años ha vendido 4000 ejemplares. En marzo de 2021, lanzó la reedición de La Chica Desastre, con numerosos textos inéditos y muchos cambios del original a este, el cual en menos de un año ha superado los 3500 ejemplares. Hoy día se dedica en cuerpo y alma a su 4° libro que saldrá a finales de 2022, aún sin fecha exacta.
La chica desastre de los vestidos de verano
Era morena —de pelo y de piel—, medía uno sesenta y largos, tenía un flequillo que a menudo se le entrometía en los ojos y una especie de ojeras perennes que jamás chocaron con la luz que desprendía cuando sonreía...
LEER MÁS
Mi guerra, mi guerrera
Supongo que no hace falta decirte lo fea que estás callada, lo radiante que eres cuando sueltas por la boca todo lo que te incendia, cuando protestas por todo lo que no crees justo, cuando te quedas con el papel de salvadora de causas perdidas.
LEER MÁS
Por si algún día te olvidas de ti
Escribo estas líneas ahora mismo por si algún día, sin querer, te olvidas de ti.
Escribo esto mientras te miro ahí, en la cama, desnuda enrollada entre las sábanas, despeinada, con ojos de cansancio y esa sonrisa perenne en la boca.
LEER MÁS
Todos los vinos de mi vida
No te lo voy a decir, pero ahora mismo que estás ahí, sentada en el suelo, con la copa de vino en la mano, la botella en medio (dos veces has estado ya a
punto de derramarla sobre la moqueta blanca), sentada sobre tus piernas flexionadas hacia la derecha, y...
LEER MÁS
Tú, chica oscura
Relato solo de web
Caminamos por la calle, solitaria para nosotros.
Deben ser sobre las cinco de la mañana, y aunque es casi el final de la madrugada, el cielo permanece aún totalmente oscuro
LEER MÁS
Me he hecho amigo de tus monstruos
Relato inédito
Me he hecho amigo de tus monstruos.
Ya ves, tanto que me hablaste de ellos y del miedo que te daban que al final los he querido conocer
LEER MÁS
La chica desastre de los vestidos de verano
Era morena —de pelo y de piel—, medía uno sesenta y largos, tenía un flequillo que a menudo se le entrometía en los ojos y una especie de ojeras perennes que jamás chocaron con la luz que desprendía cuando sonreía. Solía recogerse el pelo de una forma hipnotizadora, sosteniendo entre sus dientes la gomilla y haciendo unos movimientos con las manos imposibles de captar hasta que concluía su tarea dejándose varios mechones sueltos, y lo que para ella era un acto común, para mí era una obra de arte. Despertaba siempre con una sonrisa y con los ojos entrecerrados aún se desperezaba y lo primero que hacía era abrazarme, no se le olvidaba ni una sola vez, y yo acabé entendiendo que eso ocurría porque no lo hacía como rutina, sino que le salía de forma natural.
Natural. Sí, quizá es la mejor palabra para definirla.
La chica desastre alcanzaba la máxima expresión de la palabra en la cocina, era desordenada, indecisa y cuando dormíamos juntos amanecía con un montón de ropa de
ambos esparcida por toda la habitación (generalmente solía recoger la suya un minuto antes para tener potestad de reñirme por la mía), era cabezota y a veces (muchas) se comportaba como una niña pequeña, pero ni una sola vez me hizo dudar de su mano, ni una sola vez vio pasar fantasmas por mi mente y no se paró a espantar cada uno de ellos hasta asegurarse de que allí no quedaba nadie más que ella y yo.
Tenía unos miedos gigantes, y sin embargo se volvía la chica más valiente del mundo cuando se trataba de luchar contra los míos. ¿No es increíble?
La chica desastre tenía incontables vestidos, perdí la cuenta de ellos. Generalmente eran de seda o lino, ¿sabéis cuáles os digo? De esos que suelen acabar entre el muslo y la rodilla y que cuando le bailaban hipnotizadoramente al hacer un poco de viento me hacían creer que podría seguirla sin objeción aunque me llevasen hasta el mismísimo infierno.
…Y al final siempre acababa en el cielo.
La podría haber seguido hasta el fin del mundo, sí. De hecho ahí acabamos unas cuantas veces, y a pesar de todo, siempre conseguíamos sobrevivir, siempre terminábamos encontrando la manera de decorar el Apocalipsis a nuestro (su) gusto, y lo que parecía el fin del mundo acababa siendo un bonito loft con vistas al paraíso, pegatinas de gatos y toda clase de luces de colores.a
La chica desastre que no se podía quedar dormida si al llegar a casa no le mandaba un WhastsApp haciéndole saber que había llegado bien, la que ponía sus pequeños pies en la guantera del coche ignorando descaradamente cada una de las veces en que le decía que los quitara, la que antes de besarme me estiraba las mejillas; la de la voz calmada y pausada, la chica inmadura más madura del mundo, la que igual me sacaba el argumento más consistente que ponía morros y me miraba entrecerrando los ojos con fingida maldad.
La de los vestidos de verano y olor a coco, la de las charlas hasta el amanecer, la chica dura anti amor que cuando se enamoró de mí me declaró la guerra por haberla hecho
infringir las reglas.
La que me dejaba post-it escondidos por diferentes sitios de la habitación, la celosa que repetía insistentemente que no lo era justo antes de volver a serlo, la de la pasión desbordada, la que me besaba casi tan bonito como me mordía.
Nadie, después de tantos años, ha conseguido hacerme heridas más profundas que las suyas. Ni más bonitas tampoco. Siempre preferí su cicatriz antes que la sonrisa de cualquier otra. Eso es lo que nunca llegó a comprender.
La vi pisar charcos abrigada hasta las cejas, cogiéndome de la mano y llevándome a todos los escaparates para mirar las luces de Navidad, la vi en bikini en una playa apartada sólo para nosotros, la vi insultarme como si estuviera poseída y suplicarme en un susurro que no la dejara nunca, la vi llorar hundida en la miseria y la vi en la más alta de las cimas reír a carcajadas.
En todas y cada una de esas escenas fue preciosa.
El desastre que pasó su adolescencia queriendo ser mayor, la que buscaba en camas ajenas lo que sólo se encuentra en el fondo de un café, la que me conoció como un chico más en su libro y acabó poniendo mi nombre en el título. Nos encontramos por accidente y me puso una señal de advertencia para avisarme de que pensaba irse a la mañana siguiente, pero donde tantas veces había visto una respuesta contrariada, en mí sólo encontró una encogida de hombros. Y, palpando terreno desconocido, se quedó una mañana más. Y otra. Y otra. Y acabamos perdiendo la cuenta de cuántas mañanas fueron.
Nunca supe cómo un ser con mil guerras era la única que podía darme tanta paz, pero así era. La chica desastre del vestido negro, la que me mordía el abdomen con esperanzas —reales, llegué a creer— de dejarme señal para siempre.
No sé dónde está, hace años que no sé de ella. Un día el desastre cogió sus maletas y se fue sin despedirse, sabiendo que si lo intentaba con una mirada a mis ojos le hubiera sido imposible hacerlo. Ya lo había intentado otras veces, y siempre acababa ganándole el corazón, que tiraba en busca del mío. Después de todo, nunca se había sentido tan protegido como ahí.
No volvió. Jamás. Al fin y al cabo, nunca se me olvidó que era un desastre de chica.
Eso sí, el desastre más bonito que he —hemos, estoy seguro— tenido en la vida.
A veces me da por acordarme de ella, y pienso que, a fin de cuentas, sí que logró lo que pretendía con tanto bocado intencionado: acabó por dejarme su señal marcada para siempre.
Pero no fue en el abdomen.
Supongo que no hace falta decirte lo fea que estás callada, lo radiante que eres cuando sueltas por la boca todo lo que te
incendia, cuando protestas por todo lo que no crees justo, cuando te quedas con el papel de salvadora de causas perdidas.
Supongo que no hace falta decirte lo que me gusta cuando me miras a los ojos, cuando veo la firmeza que tiembla (sí, así de
contradictorio) en ellos, cuando no dejas que te venzan las dudas sino las ganas, cuando mandas a la mierda a los temores y
te atreves, cuando siento toda la fuerza que hay en ti sólo con ese gesto.
Supongo que no hace falta decirte lo increíble de cuando te desnudas, cuando te desnudo, sin tocarte, sin quitarte la ropa,
como llevabas sin saberlo tanto tiempo esperando a que hicieran, cuando te miras al espejo y te detestas por no sentirte tan
valiente como pareces y yo te grito que lo eres, que lo eres, que nunca dudes que lo eres.
Que no hay nada más valiente que alguien que se atreve aun llena de miedo.
Supongo que no hace falta decirte que en tu batalla mato y muero, que no vas a estar sola en esta guerra ni en ninguna, que te
sujeto la barbilla y no te dejo que me bajes la mirada nunca más, que el cielo se quedará pequeño para lo alta que vas a ser.
Supongo que no hace falta decirte que te beso las pinturas de guerra, que me mancho los labios con ellas y no recuerdo la última
vez que algo me supo así, y entonces te beso también por dentro.
Y entonces sé quién eres, y por qué estás aquí.
Supongo que no hace falta esconderte mis heridas ni mis cicatrices, que te vi observándome a través del espejo cuando creía
que no me veía nadie y que no te asustaste de que no fuera indestructible, sino que respiraste al saber que era humano.
Y sonreíste, aliviada e ilusionada.
Tú no quieres héroes ni cielos, y yo no quiero más cielo que tu suelo.
Supongo que no hace falta decirte que vamos a ver amanecer aunque de madrugada seas preciosa, que todo el mundo dice lo
espectacular que eres cuando sonríes pero nadie se paró a mirar que triste eres exactamente igual, que si tu sábado noche
es radiante
Supongo que no hace falta decirte, pero te digo por si acaso, que eres mi guerra y mi guerrera. Y que en ella, y que por ti, mato y muero.
Y lo radiante que eres, mi guerrera, cuando sueltas por la boca todo lo que te incendia, cuando protestas por todo lo que no crees justo, cuando te quedas con el papel de salvadora de causas perdidas.
Porque gracias a eso yo encontré la mía.
Porque tanto te repitieron que eras una de ellas que te lo creíste.
Pero no, no lo eres. No lo eras. Nunca lo fuiste.
Tú las salvas.
Tú no quieres héroes ni cielos.
Y yo me quedo en el suelo contigo.
Escribo estas líneas ahora mismo por si algún día, sin querer, te olvidas de ti.
Escribo esto mientras te miro ahí, en la cama, desnuda enrollada entre las sábanas, despeinada, con ojos de cansancio y esa sonrisa perenne en la boca.
Me ves escribir, me preguntas con intriga (y esa sonrisa) qué es, pero haré uso de mi labia y mi improvisación y te diré cualquier cosa que no sea la verdad: que escribo estas líneas en este preciso momento
por si algún día te olvidas de ti.
Por si algún día te olvidas de ti, eres esa chica impulsiva, emocional y valiente que se atreve con cualquier cosa, que no deja que le digan lo que tiene que hacer, que protesta por todo y no se calla por nada,
que aún le sigue haciendo caso ciegamente al corazón cuando le dicta algo.
Por si algún día te olvidas de ti, eres esa chica que cogió una mochila y vino hasta esta ciudad perdida para encontrarse, esa que es irónica, sarcástica, pícara e inteligente, sutilmente brillante en los juegos
de palabras y que detrás de su aspecto de chica dura hay una niña asustada que aún no se atreve a salir de su habitación.
Por si algún día te olvidas de ti, eres indomable, intensa y salvaje. Tienes una alas preciosas y heridas (pero las tienes), una manera de reír a carcajadas que es la mejor banda sonora del mundo y un pequeño gesto
de arrugar la nariz cuando sonríes que creo que ni siquiera conoces y es una maravilla.
Por si algún día te olvidas de esta noche, hace un calor increíble, las sábanas aún tienen sudor de ambos de la de batallas que hemos librado en ellas, el cielo está más estrellado que de costumbre y hay un músico
tocando en la calle que juro que lo está haciendo en nuestro honor.
Por si algún día te olvidas de mí, soy ese chico impulsivo, emocional y valiente que se atreve con cualquier cosa, que de tanto ponerse el disfraz de tipo duro al final se le quedó pegado en la piel, y que de vez
en cuando aparece algo como tú en su vida para hacerme ver que al corazón nunca le gustaron demasiado mis disfraces y que yo sigo siendo el mismo de siempre aunque a veces crea que no.
El chico que escribe esto
mientras te mira intentando parar el tiempo, intentando grabar tu cara en su mente para cuando ya no estés y pueda dolerse con su recuerdo, pero sobre todo soy ese chico que, pase el tiempo que pase a partir de esta noche,
jamás se va a olvidar de este cielo estrellado, de las batallas entre las sábanas, del músico que toca en la calle y de ti.
Todo esto escribo mientras observo tu sonrisa intrigada ampliarse, así que voy a acabar ya, arrancaré esta hoja, la guardaré y te la daré cuando amanezca y todo esto termine. Te la daré a ti y se la daré a esa niña,
para deciros a ambas que sois el ser más maravilloso del mundo, que nunca os perdáis la una a la otra, y que lleves esta carta contigo siempre.
Ya sabes.
Por si algún día te olvidas de ti.
Al leerla recordarás quién eres.
Y entonces volverás a estar a salvo.
No te lo voy a decir, pero ahora mismo que estás ahí, sentada en el suelo, con la copa de vino en la mano, la botella en medio (dos veces has estado ya a punto de derramarla sobre la moqueta blanca),
sentada sobre tus piernas flexionadas hacia la derecha, y te pasas el pelo tímidamente (o no) por detrás de la oreja, eres la chica más bonita del mundo.
No te lo voy a decir, pero hace un rato que reías a carcajadas (la primera vez que estuviste a punto de derramar la botella), contando anécdotas y callándome a mí ante el ataque de risa que te estaba dando,
cuando me miraste a los ojos y tenían ese brillo tan inmenso, en ese momento no existió chica en el mundo que se acercara a tu belleza.
Tu media sonrisa y tus ojos mirándome, brillando, tal vez por los efectos del vino, tal vez por la ilusión del momento, tal vez una mezcla de ambos. Sea lo que sea, te hacen estar preciosa.
No te lo voy a decir, porque no estamos aún en ese punto y no sé si algún día lo estaremos, porque la precaución y la experiencia están detrás de la puerta (afortunadamente hoy he conseguido dejarlas un poquito
fuera de la escena) avisándome de las veces en que pensé lo mismo y al final salió mal, porque uno ya tiene demasiadas heridas como para permitirse volver a dejarse llevar por un inicio bonito, pero te juro por
Dios que ahora mismo hay un niño dentro de mí gritando como loco de felicidad sólo porque tú estás aquí.
Lo que me gustaría decirte es que me encantaría parar el tiempo en este momento y quedarnos aquí los dos, en esta noche que es sólo para nosotros (con el trabajo que nos ha costado coincidir), con este vino,
en este suelo, con ese jersey blanco tuyo que no sé cómo no te mueres de calor y ese pantalón negro, con esos botines negros aún puestos pero con la cremallera ya bajada, con esa risa que hace pararse el mundo
y esa mirada que me hace sentir todo tan bonito.
Y asusta, ¿Sabes? Dios, estoy muerto de miedo.
Cómo no voy a estarlo, si yo sé bien la diferencia entre esto que me está pasando en este momento y todos los demás vinos que he tomado con otras.
Si yo sé bien cómo me he sentido en tantas otras ocasiones y cómo me siento contigo.
Si te miro y no quiero mirar a nadie más y sé de sobra lo jodido que es empezar con eso.
Que me lo intente ocultar (cada vez peor) a mí mismo no significa que no sepa exactamente qué me está ocurriendo.
Cómo cojones no va a asustar eso.
Lo que me gustaría decirte, en definitiva, es que me encantaría que derramaras esa botella y pusieras todo perdido si eso quiere decir que mañana vas a volver aunque sólo sea para intentar arreglarlo.
Alzas tu copa (de nuevo esa sonrisa, de nuevo ese brillo en los ojos), y la acercas para que choque la mía con ella.
Te miro, disimulando que tu luz no me está dejando ciego, disimulándome de nuevo que no me estoy dando cuenta de lo que me está ocurriendo en este momento, y brindo contigo.
Por ti. Por esta noche.
Por este miedo que no es más que otra palabra que no pienso decir.
No puedo permitírmelo. No aún.
No te lo voy a decir, pero aunque sólo me limite a mirarte esa risa, a bromear contigo, y a ver cómo se clava en mí ese brillo de tus ojos que no sé si será por el alcohol, por la ilusión, o por una mezcla de ambos, lo que siento en este momento es que ojalá te quedes a acompañarme todos los vinos que me resten en la vida.
Caminamos por la calle, solitaria para nosotros.
Deben ser sobre las cinco de la mañana, y aunque es casi el final de la madrugada, el cielo permanece aún totalmente oscuro.
Tú vas unos pasos por delante de mí (como siempre, como en todo) y yo, que no tengo ninguna prisa, camino a mi ritmo con las manos metidas en los bolsillos. Llevamos un rato tirándonos pullas,
hablándonos con sarcasmo, sutilezas, indirectas (como siempre, como en todo) y la verdad, no puede ser más divertido.
De repente te vuelves hacia mí y nos quedamos así, uno frente al otro, con unos cuantos metros de distancia entre nosotros, literalmente en medio de una calle por la que “a las horas de los normales”
sería imposible estar debido al frenético tráfico pero ahora mismo, en este instante, es sólo nuestra. Solos tú y yo, frente a frente. No hay coches, no hay gente, no hay voces, no hay ruido. Solos tú y yo, chica oscura.
Y te miro fijamente. No vas a bajar la mirada, lo sé. Eso lo has aprendido de mí, y estoy orgulloso de ello. Si por desgracia algún día el camino nos separa, al menos sé que mirarás a los ojos y
aguantarás la mirada a quien haga falta. Te miro, chica oscura. A ti, a tu pelo rubio oscuro, a tu sombra de ojos oscura, enfundada en una cazadora oscura, un pantalón oscuro, y unos botines oscuros.
“Qué te pasa”, te pregunto sin interrogación con toda la sobradez del mundo, y lejos de contestarme aún más altiva (cosa muy tuya) en este momento sonríes. Sonríes sincera e inesperadamente,
sin ironía (todo un logro), ni sarcasmo. Una sonrisa espontánea y natural, y ahí es donde yo vuelvo a verlo:
Chica oscura, tú eres toda luz.
No te preocupes, no se lo diré a nadie. No le diré a nadie que tu piel blanca contrasta con tu amor por lo oscuro, no le diré a nadie la niña que se esconde (o se protege) detrás de esa apariencia,
no le diré a nadie cómo tiemblas mientras duermes y por supuesto no le diré a nadie, ni siquiera a ti, que anoche te vi cuando terminabas de oír esa canción creyéndote a solas y las lágrimas recorrían tus mejillas.
No le hablaré a nadie de tu luz, chica oscura.
No le diré a nadie la manera en que me estás rompiendo los esquemas, lo banal y fría que era mi vida antes de conocerte a ti aunque creyera que era genial, no le diré a nadie que se me está
escapando el corazón del pecho cuando me sonríes de esa forma rasgando tus ojos y por supuesto no le diré a nadie que anoche cuando te vi llorando mientras oías esa canción sentí una punzada
por dentro y ahí me di cuenta de que estaba aterradoramente enamorado de ti.
De ti, chica oscura. De ti, que eres toda mi luz.
Y me pregunto si sabrás que estoy aquí para ti. Que puedes contar conmigo. Me pregunto si tus sospechas ya habrán bajado su intensidad, si te fías un poco más de mí, si aún me miras de reojo
mientras yo no te miro intentando averiguar disimuladamente si seré verdaderamente como soy contigo o sólo será un papel brillantemente interpretado.
Me pregunto si sabrás que aparte de las ironías, los sarcasmos, los vaciles, las conversaciones sobre arte y el sexo también tienes mi hombro, mi apoyo, mi mano que aunque hace mucho tiempo
que no sostiene nada que no sea a mí, ahora quiere hacerlo también contigo.
Me pregunto si sabrás que aparte de tu boca también quiero morder tu risa, que aparte de tus jadeos también quiero oír tu suspiro tranquilo en mi pecho, que aparte de tus pechos también quiero
acariciar tu pelo y que aparte de tu sudor también quiero compartir contigo tus lágrimas.
Me pregunto si sabrás ya que, aparte de tu cuerpo, también me maravilla tu alma.
Estamos parados en medio de la calle, solitaria para nosotros.
Deben ser sobre las cinco de la mañana, y aunque es casi el final de la madrugada, el cielo permanece aún totalmente oscuro.
Y tú, mi chica oscura, eres toda luz.
Me he hecho amigo de tus monstruos.
Ya ves, tanto que me hablaste de ellos y del miedo que te daban que al final los he querido conocer.
Es cierto que tienen aspecto feroz y asustan.
Aun así, son tuyos, así que me he acercado. Al principio han estado reacios, incluso en algún momento he temido por mi integridad, pero al ver que no
tenía absolutamente ninguna intención de hacerles daño me han dejado que me siente junto a ellos.
Y es curioso, porque hemos empezado a hablar de ti.
De cómo sonríes, de cómo besas, de cómo muerdes.
De cómo lloras, de cómo amas, de cómo temes.
Primero me han dejado hablar a mí (imagino que inspeccionando mis palabras a ver qué intenciones tenía contigo, no fuese a ser otro tío más que te acabara haciendo daño) y luego lo han hecho ellos. Uno por uno.
Y mientras hablaban, ilusionados y emocionados, he reconocido a la perfección lo que había en sus ojos. Porque sé que es exactamente lo mismo que hay en los míos.
Esta noche me he hecho amigo de tus monstruos, hemos estado hablando de ti, y ha sido una noche preciosa.
Por cierto, he resuelto el misterio, nunca hubo razón para que les tuvieras miedo:
La razón por la que siempre van a ir a tu lado es porque ellos también se han enamorado de ti.